sábado, 11 de febrero de 2012

Susurros del río Moldava.

Subía, una mañana fría de diciembre, por la plaza de Wenceslao (que aunque la llamaran así, tenía poco de plaza, era más bien un bulevar) con paso lento. Acababa de aterrizar en Praga, y aquel lugar era el primero que visitaba después de dejar su equipaje en su hotel.
Esa calle solía ser bastante transitada, pero ahora solo pasaban algunos checos que se dirigían a su lugar de trabajo con caras serias y cansadas. Alguno le miraba de reojo. No encajaba en aquel paisaje matutino un día de entre semana y con la cámara Nikon colgada al cuello. Se veía a la legua que era un turista. Pero Rodrigo no se fijaba en eso, estaba demasiado distraído observando cada detalle de la ciudad. La estatua de Wenceslao en el caballo resaltaba, cada vez haciéndose más grande. Detrás de ella el Museo Nacional con su tejado azul celeste y dorado. Observaba las carreteras a ambos lados por las que habían pasado los tanques soviéticos en 1968.
Era un lujo pasear tranquilamente por esa ciudad, sin tener que soportar las multitudes de las vacaciones. Al llegar al pie de la estatua se descolgó la cámara del cuello, miró por el objetivo y captó al patrón de Praga. Sonrío satisfecho por la fotografía. Después de realizar tres o cuatro capturas más a la estatua y al museo.
Bajó por el bulevar, para ir hacia la Ciudad Vieja. Quería llegar al puente de Carlos antes de que los artistas y los transeúntes lo ocuparan.
Pasó por debajo de la Torre de la Pólvora, negra y con toques dorados, mientras la brisa le azotaba la cara y le alborotaba el pelo. Lo bueno de Praga es que todo estaba cerca y se podía ir andando. Allí estaba el puente, atravesando elegantemente el Moldava, con su puerta que se asemejaba a la torre que había sobrepasado unos minutos antes, sus adoquines grises por los que habrían pasado millones de personas, y a los lados, preciosas estatuas. Rodrigo se sentó en el borde del puente y escuchó el murmullo del río, que parecía que estaba susurrando su historia, una historia interminable, tan bella como aquella ciudad.
Mientras seguía escuchando la historia, los artistas empezaron a prepararse para aquel largo día. Sacaban los lienzos o los instrumentos, y la gente empezaba a llegar y se paraban a contemplar el trabajo de aquellos hombres que se ganaban la vida como sabían y que formaban parte de la historia del río Moldava.

No hay comentarios:

Publicar un comentario